Una orquestación de voces

MUJERES DE ARENA: UNA ORQUESTACION DE VOCES PARA LA CONSCIENCIA Y LA JUSTICIA

Por Eugenia Muñoz - Virginia Commonwealth University

En Mujeres de Arena, obra de teatro documental, que testimonia los múltiples asesinatos de las mujeres de Juárez, Humberto Robles semeja al director de una orquesta, no para dirigir la armonía de una música placentera a los sentidos y al espíritu, sino para difundir la dolorosa agonía del corazón y del alma ante una inimaginable realidad de violencia e impunidad. Es una dirección que busca llegar a la consciencia de la audiencia, para dar paso a la acción solidaria y al triunfo de la justicia.

La obra es un teatro-orquesta de diez escenas en el que participan diversos géneros: el drama, la música, la poesía, el ensayo, la noticia, la carta, el diario, la elegía, la reflexión filosófica-social. Y por sobre todo, la fuerza vital de estos géneros la dan las voces actorales que representan la realidad vivida y sufrida por las mujeres y familiares víctimas. Sin razón alguna que valga para justificar la crueldad e indiferencia contra tales víctimas La vida en flor, tronchada en sus ilusiones, las torturas, abusos, violaciones, la espera, la angustia, el desconcierto, las lágrimas, la desolación, los interrogantes, la impotencia, la indignación, el amor, los recuerdos, fotos y memorias, van hablando a través de cuatro voces femeninas que representan a las madres, a las hijas, hermanas, primas y demás mujeres. La fuerza dramática tan impactante, tan estremecedora que hay en esta obra, es la verdad absoluta de todo lo dicho en ella. Se quisiera pensar, que hay ficción, imaginación o fantasía, pero no. Es la realidad tal como ella es en Juárez y en tantas otras partes. Unida a las voces dolorosas, se encuentra la voz del Actor, la cual representa la información, la denuncia contra las autoridades negligentes, indiferentes y cómplices. El Actor es también la reflexión, la solidaridad, la esperanza, la voz de la consciencia que busca la solidaridad y acción de espectadores y lectores. Los diversos géneros y las voces se van orquestando entre recursos tales como el diálogo, la parodia-oración, la ironía, el uso de símbolos, del leitmotiv, la reiteración, la interrogación y la ironía.

Las historias de Natalia (escena 2), Micaela (escena 4), Lilia Alejandra (escena 6) y Eréndira (escena 9) cobran vida para irónicamente contar cómo fueron arrojadas al dominio de la muerte implacable o al “desierto de la nada”. ”Si trabajo muy duro, llegaré a ser alguien, mamá” dice Natalia, quien estudiaba y también trabajaba en una zapatería. Pero un día no volvió más a casa. La voz de su madre, va contando entonces, cómo era su hija, la única mujer entre los varones que tenía y el último retoño “del jardín de su corazón”. El efecto dramático va en crescendo cuando el espectador/lector va siguiendo la representación de la secuencia de lo que realmente va sucediendo con los familiares una vez un ser querido desaparece súbitamente: Empieza con la interrupción de la rutina diaria de la llegada. Las horas empiezan a transcurrir. Primero la preocupación, luego el silencio que se hace sentir dándole cabida a la angustia y desesperación enorme, “¿qué le habrá pasado, Dios mío? ¿Dónde andará?”, exclama la voz de la madre. Acuden a la primera esperanza para solucionar la angustia: a la ayuda de la policía, pero la respuesta de ésta última, es la inacción. Hay que “dejar pasar dos días” para que se alarmen por su desaparición. Dos días en que mientras tanto, la joven se pierde definitivamente. Continúa la búsqueda preguntando a todas las personas que la conocen, quizás ellas la vieron, quizás se encuentra con alguna de ellas y está bien. “Pos nada”, dice la madre. La esperanza va bajando sus expectativas, van a los hospitales por si está herida y con vida, hasta forman grupos de búsqueda en el desierto. Pero “nadie había visto nada; nadie sabía nada. Nada de nada”.


La angustia de los interrogantes y el implacable silencio, es lo único concreto: “Yo no podía dormir nomás pensando dónde andaría mi hija, si estaría enferma, si se la habrían llevado, qué le habría pasado, por qué no me llamaba aunque fuera”. El desenlace, llega con la verdad que no se quiere aceptar: su cuerpo aparece tiempo después. “No supe si era mi hija, no era su cara”. Después de la trágica desaparición, la vida de los seres queridos queda sin fuerzas para seguirla, la impotencia de no poder verla y sólo su foto para hablarle. Por ultimo, el golpe final: los periodistas abren los ojos a la realidad de que la joven ha sido una más de las mujeres inocentes víctimas del odio en Juárez, “así me cayó la verdad de golpe, de repente. Por eso estoy aquí, para darle eco a la voz de Natalia, a otras voces que fueron acalladas por el silencio, a la fuerza”, declara la voz de la madre “despojada de su hija”.

La historia de Micaela, se conoce a través del diálogo con ésta última ejecutado por su prima compañera de risas y alegrías. El efecto del diálogo es crear la ilusión de que Micaela aún vive, a pesar de que no se encuentra presente. Es como hablar con alguien por teléfono, contándole todo lo que ha pasado durante su ausencia forzada: “Me acuerdo de ti Micaela, cada vez que despierto, cada vez que me duermo”. “Yo siempre he dicho: aprendan a mi prima Quela, que le gusta todo, por eso es feliz”. Como a tantas jóvenes a Micaela le gusta ver el amanecer, las estrellas, las ferias, los pajaritos, oler las flores, escuchar música. La voz de la prima, continua informándole a su querida desaparecida, sobre las gestiones infructuosas de sus padres con la policía, quienes no hacen nada por hallarla, por el contrario, la calumnian como a tantas otras, “según ellos eras de lo peor. Eso pusieron en los expedientes: que eras drogadicta, que salías con muchos muchachos” y de acuerdo con la voz de la prima, ¿qué importaba que hubiera sido así? ¿Eso es delito que merece el castigo de desaparición, tortura y muerte? Y peor aún, como era pobre, como las otras, las actitudes de los investigadores son de indiferencia. Total, nada pueden hacer sus familias. A la voz de la prima se unen las voces de otras mujeres que dan cuenta de las alarmantes estadísticas de las muertas “cada historia parece ser la misma historia, multiplicada 100, 200, 300 veces o más”. A la inacción del gobierno responden por parte de las mujeres, su clamor por la justicia, el miedo y el abandono: “No pedimos mucho; sólo queremos justicia. Que no vivamos mortificadas pensando que cualquiera de nosotras, a lo mejor, no regresemos un día. Que alguien voltee sus ojos a Juárez y diga ¡basta! Alto a la impunidad”. Al finalizar la escena de la historia de Micaela, que no tuvo un cierre con el cuerpo encontrado sin vida, la fuerza dramática está en mostrar el aferramiento a la esperanza de que aquélla no ha muerto y de que volverá para que todo sea como antes: “Me asomo a la ventana a esperarte, porque sé que un día regresarás, un día volverás, para contarnos muestras cosas, para cantar, para que nos des un poco de tu risa y de tu alegría, Micaela. Yo sé que volverás… Yo sé que volverás”.

La escena con la historia de Lilia Alejandra es la más impactante dado el recurso empleado. El espectador/lector es llevado a imaginar, o mejor dicho, a ver el terror del secuestro, el horror de la brutal violencia, el sadismo, la violación repetida, los golpes, los mordiscos, el estrangulamiento, el desnucamiento. Horror de ver lo que ha sido verdad. Y lo que no tiene nombre, el odio y la cobardía sin freno de tres hombres contra una frágil, bonita e indefensa jovencita que desesperada e infructuosamente pide auxilio: ”Papá, mamá: ¡ayúdenme! ¡Auxilio! ¡Alguien que me ayude! pero “él termina de violarla, al acabar aún no termina el martirio de la joven hay dos hombres más. Al terminar la tiran al suelo y la empiezan a patear”. La joven queda aún con vida por tres días hasta que deciden matarla dejando “su cuerpo sin vida, con la nariz fracturada, los labios reventados, los ojos golpeados, los brazos con quemaduras de cigarros, las piernas con cicatrices, las muñecas con huellas de ataduras y sus senos carcomidos” y para completar, lo que dejaron de la humanidad de Lilia Alejandra, lo tiran en un terreno baldío. Si verdaderamente el espectador/lector se compenetra con lo que le está mostrando la obra, no puede sentir más que horror, dolor, rabia, compasión. ¿Cómo es posible que exista esta realidad? ¿Cómo es posible tanta maldad inaudita? Y para lo peor, ¿sin freno ni castigo?

La última historia que se muestra en la obra es la de Eréndira. El diario de ella es el medio de presentación personal, íntima, clara y cándida como correspondía a una joven de edad soñadora, con optimismo, planes y esperanzas de una vida feliz: “sueño con encontrar el amor de mi vida. La clave para saber con quien me voy a casar estará en la persona que me regale una rosa y con la que baile la canción ‘cuando un hombre ama a una mujer’. Mi sueño es casarme, vivir en una casa cómoda, tener un esposo con el que salga a pasear y tener un pedazo de carne que me llame mamá”. Eréndira, era una de las muchas chicas esperanzada en tener la vida feliz a través de un hombre que además le diera la oportunidad de ser madre…Y en lugar de ello, recibió la tortura, violación y muerte por ser mujer. Su cuerpo, estaba irreconocible. Su madre sólo supo que era ella por las uñas, los dientes y el cabello. Lo único que le quedó para aferrarse a su hija fue el diario. Ese diario en el que su dueña plasmó el presentimiento de que “voy a descubrir algo”. Ese día había despertado con miedo y tenía la necesidad inmensa de escribir. “Sólo sé que necesito escribir, escribir y escribir para seguir viviendo”. Irónicamente la joven no pudo seguir viviendo. Pero su diario sigue hablando por ella.

La voz del Actor, como se mencionó arriba, intercalada entre las voces femeninas, cumple un rol de informante, “Desde 1993, según los datos reportados, ya son más de 576 mujeres las que han sido asesinadas y más de 600 desaparecidas en Ciudad Juárez, Chihuahua”, de justicia “las madres de las mujeres asesinadas o desaparecidas en Ciudad Juárez y Chihuahua se levantan todos los días para hacer el quehacer, las labores del hogar, ir a trabajar y para proseguir con sus demandas de justicia”, de solidaridad y consciencia: “Un monstruo inconsciente, no pensante. Uno de la manada que no respeta a sus iguales: se llama a sí mismo el hombre. Mal haría en llamarle un animal. Esa palabra proviene de ánima: movimiento, alma. Más bien hombre sin alma el hombre que mata y se mata a sí mismo dando muerte”. Y especialmente, de la luz y la esperanza, por encima de la negra realidad: “mientras exista una luz, quedará la esperanza de que vuelvan nuestras mujeres, nuestras hermanas, nuestras hijas de regreso a casa”.

Entre los recursos y técnicas que contribuyen a los efectos dramáticos la poesía cumple funciones de expresividad emotiva del dolor, “soy una madre vaciada, mutilada, naufragada en el dolor de vivir sin mi hija, brutalmente, violentamente arrancada del jardín de mi corazón” , de protesta indignada que desea castigar a los asesinos: “Que sea tu tormento su desayuno, comida y cena. Y tu cruz leña verde ardiendo en el centro de su pecho”, de oración-parodia del Padre Nuestro: “No perdones a quienes nos violan, no perdones a quienes nos matan, no perdones a quienes entierran nuestros huesos bajo las arenas del desierto. Que no se haga más su voluntad”. También, se encuentra la ironía al expresar que hay quienes consideran a Ciudad Juárez. “la mejor frontera de México y la ciudad del futuro” y a continuación el contrapunto del uso repetitivo de “Y si…”seguido de la enumeración de los secuestros, torturas, crímenes e impunidad que suceden en la misma Ciudad Juárez. La repetición también logra un efecto climático de la intervención de las voces actorales, cuando todas juntas en coro durante toda la escena 8, se unen en una inquisitiva, enjuiciadora, sarcástica y retadora voz ante la poca importancia que el gobierno le da al elevado número de muertas: “¿Cuántas muertas son muchas?” preguntan una y otra vez a medida que enuncian todas las cifras, circunstancias y atrocidades. En la obra se acumulan los leitmotivs dado que las historias que se muestran es la de una y todas las otras, bajo las mismas circunstancias, edades, familias doloridas e impunidad. Es así como se repiten las imágenes de las flores, las fotografías, los cuerpos muertos. También, los recuerdos, las esperanzas, sueños, bailes, música, el silencio, la pérdida, la espera, la angustia, la nada, nadie…No obstante todo lo anterior, en medio de la vida tronchada, buscando derrotar la oscuridad, en la obra se presenta de principio a fin una vela encendida como símbolo de esperanza y vida.

La escena final es climática en cuanto al interrogante, que implica la queja, la extrañeza y la pregunta metafísica: “¿Existe un Dios cerca de Juárez?”. Y dicen “cerca” como resignación, porque lo que es allí mismo en el Juárez de tanto crimen sin castigo, no se ve asomo de una justicia divina ni mucho menos terrenal.

Por último, obras como Mujeres de Arena, orquestada con tanta conciencia, solidaridad, entendimiento y conocimiento de los hechos, merecen continuar su difusión y tarea artística humanística, mediante el poder de sus palabras que como arenas al viento, viajan en pos de las consciencias y la justicia.